AS DE CORAZONES, segunda de mis novelas publicadas hasta la actualidad. Continuación de FRÍO COMO EL FUEGO (ambas a la venta en AMAZON)
A través de ella podemos seguir la trayectoria de los personajes que presenté en mi primera novela Frio cómo el fuego, además de la inclusión de nuevos elementos que harán que la acción se vuelva trepidante y a la vez te envuelva en una atmósfera de deseo, seducción y amores cuasi-imposibles.
Max
Randall es un
agente especial de FBI, con una vida, una esposa, y un hijo en camino. Es conde en su corazón un amor imposible.
Cómo no vio que entre tantas mentiras y violencia, nada es lo que parece
Lucía James se enamoró de Max cuando era una niña. Ahora es adulta y tiene claro que piensa luchar por él. Nada se interpondrá en su camino hasta el corazón de Max. Aunque tenga que meterse en la cueva del lobo con su mejor traje de corderita.
En la ciudad de Portland un grupo de traficantes internacionales se están reagrupando para conseguir el dinero necesario para continuar con su vida delictiva.
Max y Lucia tendran que interpretar el papel de Amo y sumisa en el club donde se han cometido varios secuestros de mujeres.
Con la ayuda de sus nuevos compañeros Robert y su esposa Alex junto a Cameron y Raúl intentarán detener a su escurridizo enemigo.
Aunque en el trancurso de la misión Cameron verá como una bala perdida quiere robarle de sus brazos a Raúl, su amigo, su compañero y el amor de su vida.
La intriga está servida.
SIPNOSIS:
Max Randall era
un imán para los problemas, y las mujeres se sentían atraídas hacia él como
polillas a la luz.
Aprendió
desde muy joven a canalizar su furia interior, y la dominación sexual le
proporcionaba la estabilidad emocional que necesitaba. Era como un don, o una
maldición, pero las mujeres se quedaban
prendidas en su mirada plateada, en su voz susurrante, hasta que solo sentían
un deseo incontrolable por él, una necesidad para ellas. —¿Qué sabían todas
esas mujeres? Nada, no le conocían, se entregaban a él para conseguir eso que
tanto ansiaban, el placer supremo, y para llegar a ese lugar, se prodigaban
como sumisas bien entrenadas. Él les concedía ese placer, les adoraba con su voz,
les hacía vibrar con el látigo o una fusta hasta conseguir que suplicaran
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